lunes, septiembre 08, 2025

«Lo irremediable», de Charles Baudelaire

Traducción de Juan Carlos Villavicencio



II

¡El límpido encuentro oscuro
de un corazón convertido en su propio espejo!
Pozo de Verdad, negro y claro,
donde tiembla una estrella pálida,

un faro irónico, infernal,
antorcha de elegancia satánica,
alivio y gloria únicos
—¡La conciencia dentro del Mal!





en Les Fleurs du Mal, 1857








L’irremédiable 

I // Une Idée, une Forme, un Être Parti de l’azur et tombé Dans un Styx bourbeux et plombé Où nul œil du Ciel ne pénètre; /Un Ange, imprudent voyageur Qu'a tenté l'amour du difforme, Au fond d'un cauchemar énorme Se débattant comme un nageur, /Et luttant, angoisses funèbres! Contre un gigantesque remous Qui va chantant comme les fous Et pirouettant dans les ténèbres; /Un malheureux ensorcelé Dans ses tâtonnements futiles, Pour fuir d'un lieu plein de reptiles, Cherchant la lumière et la clé; /Un damné descendant sans lampe, Au bord d'un gouffre dont l'odeur Trahit l'humide profondeur, D'éternels escaliers sans rampe, /Où veillent des monstres visqueux Dont les larges yeux de phosphore Font une nuit plus noire encore Et ne rendent visibles qu'eux; /Un navire pris dans le pôle, Comme en un piège de cristal, Cherchant par quel détroit fatal Il est tombé dans cette geôle; /—Emblèmes nets, tableau parfait D'une fortune irrémédiable, Qui donne à penser que le Diable Fait toujours bien tout ce qu'il fait! /II /Tête-à-tête sombre et limpide Qu'un coeur devenu son miroir! Puits de Vérité, clair et noir, Où tremble une étoile livide, /Un phare ironique, infernal, Flambeau des grâces sataniques, / Soulagement et gloire uniques / —La conscience dans le Mal!








domingo, septiembre 07, 2025

«Lo irremediable», de Charles Baudelaire

Traducción de Juan Carlos Villavicencio



I

Una Idea, una Forma, un Ser
que partió desde lo azul y cayó
en una laguna Estigia fangosa y plomiza
que ningún ojo del Cielo podría penetrar;

un Ángel, un viajero imprudente
tentado por el amor a lo deforme,
se debate como un nadador
en el fondo de una enorme pesadilla

y lucha ¡con una angustia fúnebre!
contra un gigantesco remolino
que canta como si fuera todos los locos
y hace piruetas a través de la oscuridad;

un infeliz hechizado
en sus inútiles tanteos 
por huir de un lugar lleno de reptiles,
busca la llave y busca la luz;

un condenado que desciende sin lámpara
al borde de un abismo cuyo olor
delata la profundidad húmeda
de eternas escaleras sin barandas,

donde monstruos viscosos acechan,
cuyos grandes ojos de fósforo
oscurecen todavía más la noche
y sólo los hacen visibles a ellos;

un barco atrapado en el polo,
como en una trampa de cristal,
busca por cuál estrecho fatal
ha caído en tal prisión;

—emblemas claros, cuadro perfecto
de una fortuna irremediable,
¡que sugiere que el Diablo
siempre hace todo bien!






en Les Fleurs du Mal, 1857













sábado, septiembre 06, 2025

«En el monasterio de la montaña dorada», de Su Dongpo

Versión de Carlos Manzano de la traducción de Kenneth Rexroth




Mi tierra natal está allá arriba,
Lejos, junto a la cabecera
Del río. Como burócrata itinerante
Que soy, me han enviado al punto
En que el río entra en el mar. He oído
Decir que aquí, a diez metros de
Profundidad en la marisma de sal, se
Pueden encontrar vestigios de la
Arena, aún fría, que salía borboteando
En la fuente de Chong Ling en
Lo alto de la meseta rocosa, junto al
Sendero Meridional. He llegado
Aquí siguiendo las corrientes y las
Olas. Ahora, en lo alto de la
Torre, diviso todo el paisaje. Al sur
Del río y al norte del río, hay
Innumerables montañas azules. La
Belleza del atardecer no puede
Disipar mi pena. Vuelvo a montar en
Mi barca para el regreso. Los
Monjes, en su solitario monasterio,
Contemplan, sentados, la puesta
Del sol. La suave brisa, sobre cuatro
Mil hectáreas, forma un elegante
Brocado con las aguas. Con los últimos
Rayos del ocaso los bancos
De peces titilan en el agua. En este
Momento el alma material
De la luna nace del río. Luego, tras
La segunda ronda, después
De que se haya puesto la luna, los
Cielos quedan sumidos en una
Profunda tiniebla. Después brillan
Por entre la corriente las
Antorchas de los pescadores. Sus
Luces van y vienen reluciendo
Recordadas en el cielo y espantando
Las aves dormidas sobre el
Agua. Intento dormir, pero tengo
El corazón agitado y la cabeza
Distraída. Ni hombres ni espectros
Acuden aquí. ¿Qué es entonces?
¿Me habrá mostrado el espíritu del
Río una visión para avisarme?
Como la desembocadura del río y las
Islas me afectan así, no volveré
A este monasterio. Se lo agradezco al
Espíritu del río, pero, ¿de qué
Ha servido? Así como las aguas no
Pueden regresar a su fuente,
Nunca podré yo volver a mi tierra.




en Cien poemas chinos, 1966






Pintura original: La belleza de las montañas verdes (1679), de Wang Hui















viernes, septiembre 05, 2025

«Oasis en el instante», de Sohrab Sepehrí

Traducción de Clara Janés, Sahán y Mojgan Salami




Si venís a buscarme
estaré más allá de la tierranada.
Más allá de la tierranada hay un lugar.
Más allá de la tierranada las venas del aire
están llenas de milanos que nos traen noticias
de una flor recién abierta en el arbusto del extremo confín de la tierra.
En la arena hay dibujos de cascos de caballos,
de sutiles jinetes que al alba se dirigieron hacia
las alturas ebrias de la asunción de la amapola.
Más allá de esa tierranada, el abanico del deseo permanece abierto:
en cuanto la brisa de la sed corre por el fondo de una hoja
se oyen las campanas de la lluvia.
Aquí el hombre está solo
y en su soledad
la sombra de un olmo se extiende hasta la eternidad.

Si venís a buscarme,
venid, pues, lenta y suavemente para que no se raye
la porcelana de mi soledad.




en Espacio verde (junto a Todo nada, todo mirada)
Ediciones de Oriente y del Mediterráneo, 2010














jueves, septiembre 04, 2025

«Mujer y gata», de Paul Verlaine

Traducción de Juan Carlos Villavicencio




Jugaba con su gata,
y era maravilloso ver
la mano blanca y la pata blanca
divirtiéndose en las sombras de la tarde.

Escondió —¡la muy infame!—
sus uñas de ágata asesinas,
afiladas y pálidas como una navaja,
bajo estos mitones de hilo negro.

La otra también se hacía la dulce
y recogía su garra afilada,
pero el diablo nada perdía con eso…
y en el tocador donde, sonora,
resonaba su risa etérea,
cuatro puntos de fósforo brillaban.



en Poemas saturnianos, 1866










Femme et chatte

Elle jouait avec sa chatte, / Et c’était merveille de voir / La main blanche et la blanche patte / S’ébattre dans l’ombre du soir. // Elle cachait – la scélérate ! – / Sous ces mitaines de fil noir / Ses meurtriers ongles d’agate, / Coupants et clairs comme un rasoir. // L’autre aussi faisait la sucrée / Et rentrait sa griffe acérée, / Mais le diable n’y perdait rien… / Et dans le boudoir où, sonore, / Tintait son rire aérien, / Brillaient quatre points de phosphore.






Por los trece añitos que hubiera cumplido hoy nuestra Naimita









miércoles, septiembre 03, 2025

«Resiste, pueblo mío, resiste», de Dareen Tatour

Versión de Juan Carlos Villavicencio



Resiste, pueblo mío, resiste.
En Jerusalén, vestí mis heridas y respiré mis penas
y cargué mi alma en la mano
por una Palestina árabe.
No sucumbiré a la «solución pacífica»,
nunca bajaré mi bandera
hasta que los expulse de mi tierra.
Los apartaré de mí en el futuro.
Resiste, pueblo mío, resiste.
Resiste al saqueo de los colonos
y sigue la caravana de los mártires.
Despedaza los principios vergonzosos
que impusieron bajezas y humillación
y nos impidieron restaurar la justicia.
Quemaron a niños inocentes;
en cuanto a Hadil, un francotirador la mató,
la mató a plena luz del día.
Resiste, pueblo mío, resiste.
Resiste la arremetida de los colonialistas.
No escuches a sus agentes entre nosotros
que nos encadenan con la ilusión pacífica.
No temas a los de lengua dudosa;
en tu corazón la verdad es más fuerte,
siempre que resistas en una tierra
que ha vivido de incursiones y victorias.
Entonces Alí gritó desde su tumba:
Resiste, mi pueblo rebelde.
Escríbanme como si fuera prosa sobre madera;
mis restos los tienen a ustedes como respuesta.
Resiste, pueblo mío, resiste.
Resiste, pueblo mío, resiste.













martes, septiembre 02, 2025

«La puerta aporta», de Luiza Neto Jorge

Traducción de Mario Morales Castro




La puerta rueda al contrario de la luna
la puerta rueda brújula encerrada en el revés de los ojos
la puerta gime es un can nocturno
la puerta gime extinta en la traílla de la noche
la puerta arena
la puerta polilla paria de mar
la puerta marea que viene y que va que golpea y que cierra 
la puerta con máscara de muerte
la puerta sin suerte
la puerta rodilla en el alma de las puertas
la puerta mujer de la casa de citas
la puerta manchó la mañana con un grito de puerta
la puerta ahorcada en el mástil de la casa
la puerta por ala
la puerta rueda
la puerta sexo la vida toda
la puerta tosca de madrugada clavos son estrellas muertas 
la puerta clavada
la puerta subasta
la puerta aldaba la puerta araña por corazón
la puerta tú
la puerta yo
la puerta nadie en la pequeña tierra
la puerta rueda
la puerta gime
la puerta antorcha
la puerta timón 



en Poesia, 1993










A porta roda ao invés da lúa / a porta roda bússula enterrada ao invés dos olhos / a porta geme é um cão nocturno / a porta geme extinta na trela da noite / a porta areia / a porta caruncho pária de mar / a porta maré que vem e que vai que bate e que fecha / a porta com máscara de morte / a porta sem sorte / a porta joelho na alma das portas / a porta mulher da casa de passe / a porta manchou a manhã com o grito de porta / a porta enforcada no mastro da casa / a porta por asa / a porta roda / a porta sexo a vida toda / a porta tosca da madrugada pregos são estrelas mortas / a porta pregada / a porta leilão / a porta batente a porta aranha por coração / a porta tu / a porta eu / a porta ninguém na terra pequena / a porta roda / a porta geme / a porta facho / a porta leme 








lunes, septiembre 01, 2025

«El monte de las furias», de Fernanda Trías

Fragmento



 
Helaba. De nuevo me calcé las botas y me eché la manta a la espalda. La niebla seguía rastrera, no soplaba una gota de viento. Íbamos a pasar todo el día dentro de la nube, con los gorriones engañados por la ausencia de luz. Le di la vuelta al jardín, arrancando algunos tallos de lengüaevaca que se habían afianzado por ahí. La humedad trabajaba sobre las cosas, corroía como un lamento. Aunque los perros ya no ladraban, igual quise ir a vigilar el portón, asegurarme que todo estuviera en orden. El suelo, esponjoso, cedía bajo mis pies. Unos diez metros más allá del límite del jardín, pasando el galpón de las herramientas, pasando el corral abandonado de las gallinas, justo antes de llegar al alambre, estaba el cuerpo.
 
Voy a poner acá todo lo que sé de él:

Lo encontré bocabajo, con la cara enterrada entre las hojas excepto por un pedacito de mejilla negra, sucia de algo que parecía carbón. Los pies volteados hacia adentro, las manos negras también. Uñas como si hubieran escarbado la tierra. El pelo había sido largo, se notaba, pero lo tenía motilado a lo bruto y ahora terminaba encima de la nuca como un cepillo de puntas rectas. El resto era un pantalón oscuro, un buzo de lana y unos mocasines de hombre. Digo de hombre porque tenían esa hebilla que solo recuerdo haberles visto a los doctores del hospital, y lo digo también porque le quedaban grandes, dándole al cuerpo un aire desencajado, de pies exageradamente largos en relación con las piernas.

Cuando el Celador llegó agarramos una pala y nos pusimos a cavar un agujero.

Pero antes debería consignar aquí lo que no le dije al Celador:

No le dije al Celador que, después de encontrarlo, agarré al cuerpo de los sobacos, lo levanté un poco y lo arrastré algo así como medio metro hasta unas rocas que le hicieron de respaldo. El cuerpo sentado parecía un muñeco, mientras que el cuerpo en la tierra parecía un animal. Le acomodé las manos sobre las piernas para que no estuvieran volteadas como pidiéndole al cielo. Me senté en el pasto y lo miré. De lejos alguien hubiera dicho «dos personas conversando», porque me había sentado muy cerca, igualito que si lo conociera, y yo, sin quererlo, también imitaba la posición de las manos, apoyadas tranquilamente sobre las rodillas. Cuando no supe qué más hacer, le revisé los bolsillos.

No encontré nada.

La roca que sostenía al cuerpo se veía cómoda, afelpada y mullida por el musgo que crecía en ella y le daba un aspecto de sillón caro. El musgo no tiene raíces, solo unos filamentos para amarrarse a la roca. Es lo primero que cubre el suelo. Contiene más de veinte veces su peso en agua y así permite que nazca lo demás: el pasto y los árboles. El musgo es como el tapizado del mundo (digámoslo así), la tela que sostiene el monte vertical. Vestida con musgo y líquenes, la roca se llena de colores. 

A veces pienso que la piel rugosa de la roca duerme como algo que está a punto de nacer. La gente cree que las rocas son todas iguales, pero ninguna se parece. Si yo quisiera decir «Esta es mi roca», debería aprenderme de memoria su forma y cada hueco, cada rendija, cada abolladura, cada pelito de musgo y cada mancha (como lunares) de los líquenes amarillos. Sería tan difícil como aprender un idioma nuevo.

Ahí lo dejé, apoyado. La ropa me había quedado sucia y tuve que entrar a cambiarme. Después bajé a buscar al Celador. Casi tuve que zarandearlo para que se despertara. Subimos la cuesta juntos, yo teniendo que aguantar el tranco porque él no podía seguirme el ritmo. Me preguntaba: Qué pasa, mujer, ¿por qué tanto misterio?, pero yo no quería adelantarle nada.
Cuando llegamos ni siquiera le ofrecí agua, aunque lo vi jadeante y sudado. Lo llevé directo al alambre y le mostré el cuerpo. Seguía recostado en la roca, donde lo había puesto, pero se ve que en el rato entre que fui y vine se había resbalado un poco y ahora parecía un borracho caído, de esos que amanecen despatarrados en el suelo.

¿Qué hacemos?, dije.

Pensé que podríamos dejarlo ahí, que el monte se lo comería igual que alguna vez se tragó los muros de la casa en la quebrada, y se lo sugerí al Celador.

No sea bruta, dijo él.

Pero yo me había imaginado algo lindo: el cuerpo como los Judas de trapo que hacíamos de chiquilines y que de tanto cargarlos para todos lados una se encariñaba y daba lástima quemarlos. Me lo imaginé así, caído, flojo, y las ramitas creciendo del suelo, el pasto avanzando por el hueco entre las piernas y todo alrededor de la cabeza, como una corona, y así así el monte lo iría cubriendo, enredándolo con tallos hasta dejarlo escondido. ¿Qué otra cosa íbamos a hacer con él?



2025














domingo, agosto 31, 2025

«visto el infierno…», de Magdalena Chocano




 
visto el infierno desde cierto paraíso 
alicaído el ojo
la pena extensa, intensa, eterna
la memoria de lo bien partido
el goce de lo mal habido

los culpables navegan inocentes 
los nombres al revés
la esfera al cubo

y viceversa
avistado desde cierto infierno el paraíso

el ojo mecanismo, el ojo paralelo

la cercana lejanía un paseo por la ausencia
la amnesia grave de la gloria
los inocentes deambulan y por allá van los golpes de pecho

todo movimiento es circular
el alma bifronte pestañea
ante el fuego intenso, extenso, eterno

el cuerpo anfibio 
los dedos mutilados
señalaban a campo traviesa
por dónde los pasos habían ido y venido
cuando era posible cruzar la valla entretejida de ex-votos

nadie me conocía 
yo tampoco

y canturreaban «torres más altas han caído» 
al son de la jarana



en De este Lado del Cielo. Nueva Antología de la Poesía Peruana
(Mario Pera ed.), Descontexto Editores, 2018











sábado, agosto 30, 2025

«A la muerte de nuestra niña», de Zhīdào Shéi

Versión de Juan Carlos Villavicencio




En el centro del valle
el desolado Templo
junto a la Montaña del Dolor.
Volvemos a casa desde el otro lado del río.
Solos caminamos entre los árboles
pero descubro en la caricia del viento helado
a mi pequeña hija disfrutando el sendero
delante de nosotros.
Me recuerda una lúdica pintura llamada
La gata blanca de la venganza,
cómo dormía con su cara junto a mí
o se hundía feliz entre los brazos de su madre.
Atardece 
y como el sol 
su fantasma se pierde allá lejos en el mar.
No hay barca para nosotros.
En el Templo
su hermana duerme el sueño de las flores.
Cae la luna sobre nuestras miradas.
El frío del invierno no rebasa el vacío 
que cargamos en el cuerpo.
Así como las aguas no
pueden volver a las nieves,
nunca podrá ella volver a nuestra tierra.













viernes, agosto 29, 2025

«Canta (por lo que queda del desierto)», de Tariq Luthun

Versión de Juan Carlos Villavicencio





no sé quiénes son, pero
dicen que si quieres
cantar,
cantes. si quieres bailar,
demuéstrenmelo. el mundo de cuerpos 
oscuros del que vengo no

sabe cómo nombrar
a estos desesperados pies que se arrastran
             por nada.
                         más
que la inalterable
percusión de la vergüenza, me mantengo

firme en este foco
de reverberación. no confío
en tus manos más de lo que
                          confío en el
              reloj que mi tío
me trajo de regalo desde la pa-

tria. ¿alguna vez has pasado
tus manos alrededor del tronco
de un olivo? venimos
del mismo
lugar. mi padre me habla
de nuestro viejo país, y no pregunto
adónde fueron las canciones,
cuándo fuimos abandonados
              sólo con versos 
                         cantados a viva voz 
a Dios. no he visto
a mis primos en 10 años, pero vi

una nación que quiere ser dueña de mi nación
soltar un puño en una kufiya y llamar
a mi país «moda» — esta es la piel
que conozco. y he aprendido
que ellos y otros como
ellos son de los que se roban

todos los escalones antes de la tumba; dando pie
a toda alegría, a ninguna 
penas. sé que no lo 
guardarás, pero si 
te cuento un secreto
             ¿me lo vas

                         creer?
bailé a lo largo del espinazo de la orilla,
me construí desde la arena
hasta que el océano
                                vino por mí.
                    me rendí con las olas,
cogí estas manos levantadas
y pregunté: ¿qué es el sol
sino sólo la yema
de la luna? o mejor dicho, ¿qué soy
en la oscuridad sino sólo
              una forma de 

                        llegar a ti?
los oí decir que mi gente era
mala, pero no podemos ser
tan malos si
mamá todavía me deja entrar
después del amanecer — el resentido desastre 

de mi orgullo endurecido en esta
vestimenta, ella riéndose amablemente por
lo que queda de mí.
¿sabes cómo aprendí 
a cantar? recé;
este paciente atuendo

gravó versos a fuego en mi carne.
me perdí a mí mismo. hice
esto hasta que olvidé
              lo que significaban los gritos.
                            vi cómo
                                       salían

del coro
de una sola boca. y aún así,
pregunté, aún así
                          Dios no me detuvo,
                no cantó
ni una sola palabra

















miércoles, agosto 27, 2025

«Una ventana», de Jorge Teillier



Naima 
(4 de septiembre 2012 - 27 de agosto, 2025)

 
Todas las nubes
me anunciaban que tú llegarías, 
cuando despertaba para volverme 
hacia la ventana de los sueños.
Pero tú debías extraviarte:
los pájaros se comían las migas
que sembré para señalarte el camino.

Alguien vestido siempre de negro te vigilaba 
y quería transformarte en otra,
para que yo no te reconociera.
Hasta que de pronto nos encontramos
y la realidad hecha pompas de jabón 
voló de retorno al país de la pureza.



en Poemas del País de Nunca Jamás, 1963









A propósito de la muerte de nuestra hijita Naima, la gatita más bella del cosmos













martes, agosto 26, 2025

«Noche de reyes», de William Shakespeare

Fragmento / Traducción de Jaime Clark



 
La casa de Olivia.
MARÍA y el BUFON.

MARÍA
Si no me dices dónde estuviste, no despegaré mis labios para disculparte, ni áun lo suficiente para que pueda pasar por ellos una cerda: el ama te mandará ahorcar por tu ausencia.

BUFÓN
Que me ahorque: quien fuere bien ahorcado en este mundo, no tiene que temer á enemigo alguno.

MARÍA
¿Se puede saber por qué?

BUFÓN
Porque ya no le es posible ver á ninguno.

MARÍA
La respuesta es ingenua. Yo te puedo decir de dónde trae su origen ese dicho de no temer á enemigo alguno.

BUFÓN
¿De dónde, ilustre señora María?

MARÍA
De las guerras; y así lo puedes afirmar entre tus demas bufonadas.

BUFÓN
Pues talento le dé Dios al que no le hiciere falta, y válgale al necio su discrecion

MARÍA
Con todo, no os librareis de la horca por haber estado ausente tanto tiempo; ó por lo ménos, os pondrán en la calle, que es lo mismo que si os dejaran colgado.

BUFÓN
Más vale ser bien ahorcado que mal casado y en cuanto á ponerme en la calle, poco importa, miéntras dure el verano.

MARÍA
¿Es decir, que estais resuelto?

BUFÓN
No precisamente resuelto, aunque lo estoy tocante á dos puntos.

MARÍA
Para que si falta el uno te puedas acoger al otro; y si dan de sí ambos a la vez, te se caerán las bragas.

BUFÓN
Bien dicho, á fe mia, muy bien dicho. En fin, véte con Dios; si don Tobias renunciase á la bebida, no habria en toda Iliria hija de Eva más discreta que tú.

MARÍA
(Váse) Calla, bribon; no me toques esa tecla. Aquí viene mi señora. Harías bien en disculparte lo mejor que pudieres.

BUFÓN
Ingenio mío, si te place, no me desampares en tan duro trance. Muchos sabios que creen poseerte, no pocas veces hacen papel de tontos; y yo que sé seguramente que no te tengo, podré pasar por sabio. ¿Pues qué dice Quinapalo? «Más vale ser bobo discreto que discreto bobo.» Salen OLIVIA y MALVOLIO.
Dios te guarde, señora.

OLIVIA
Echad de aquí á este necio.

BUFÓN
¿No lo oís, bellacos? Echad de aquí á esta señora.

OLIVIA
¡Quita allá! bufon insípido; no te quiero ver; te vas volviendo deshonesto además.

BUFÓN
Dos faltas, madonna, que se pueden enmendar con buen vino y buenos consejos; pues dad al bufon insípido vino sabroso y sabrá á néctar; mandad al deshonesto que se enmiende, y si lo hace, ya no es deshonesto; si no logra enmendarse, que le remiende un sastre. Cualquiera cosa compuesta y enmendada no es sino un remiendo: la virtud que peca, no es sino un remiendo de pecados; y el pecado que se enmienda no es sino un remiendo de virtudes. Si os basta este simple silogismo, bien; si no, ¿qué le vamos á hacer? Y así como el único cornudo verdadero es la desdicha, así es la belleza una flor. La señora mandó que echasen al necio bufon; por eso repito que echen á la señora.

OLIVIA
Mandé que os echasen á vos.

BUFÓN
¡Fué un error garrafal! Señora, cuculus non facit monacum; quiero decir que mi seso no es tan abigarrado como mi sayo. Buena madonna, permitid que os demuestre vuestra necedad.

OLIVIA
¿Podrás hacerlo?

BUFÓN
Con la mayor sencillez, buena madonna.

OLIVIA
Oigamos tu demostracion.

BUFÓN
Para ello es menester que os catequice, madonna. Contéstame, dechado de virtud.

OLIVIA
Sea; á falta de otro pasatiempo, quiero someterme á tu exámen.

BUFÓN
¿Buena madonna, por qué llorais?

OLIVIA
Buen bufon, por la muerte de mi hermano.

BUFÓN
Sospechome que su alma está en los infiernos.

OLIVIA
Yo sé que su alma está en la gloria.

BUFÓN
Tanto mayor es vuestra necedad, madonna, si llorais á un hermano cuya alma está en la gloria. Echad á esa necia, caballeros.

OLIVIA
¿Qué os parece este bufon, Malvolio? ¿No va siendo cada dia mejor?

MALVOLIO
Si, señora, é irá siendo cada vez mejor, hasta que le sacudan las ánsias de la muerte. La decrepitud que postra las facultades del cuerdo, aumenta la simpleza del necio.

BUFÓN
¡Dios os depare, hidalgo, una decrepitud precoz, para que aumente vuestra simpleza! Don Tobías no tendrá reparo alguno en jurar que no soy zorro; pero no apostará una blanca á que no sois necio.

OLIVIA
¿Qué contestais á eso, Malvolio?

MALVOLIO
Me asombra que guste vuesamerced de las frialdades de un bellaco tan insípido. Le ví sufrir un revolcon el otro dia á manos de un bufon vulgar, que no tiene más seso que una piedra. ¿No lo veis? Ya está desconcertado: si no os reís y no le dais pié para sus pullas, enmudece como un poste. Juro por mi honor que tengo á esos sabios que revientan de gozo oyendo á estos bufones privilegiados, por algo ménos que payasos de los mismos bufones.

OLIVIA
¡Oh! el amor propio, Malvolio, os pudre la sangre y gustais de todo con paladar estragado. El que es generoso, ingenuo y de índole franca, toma por saetillas estas cosas que vos juzgais balas de cañón. El bufon privilegiado, áun cuando no haga otra cosa que mofarse de todo, no injuria jamás, como tampoco se mofa jamás el hombre de reconocida discreción, áun cuando no haga otra cosa que censurar.

BUFÓN
¡Válgate Mercurio por embustera, ya que hablas tan bien de los bufones!



1602





Traducción publicada c. 1873-1874

















lunes, agosto 25, 2025

«No hay tiempo enlutado», de Víctor Ortega Cabezas




 
En torno al cadáver
la muerte nos muestra su rostro
pálido y enaltecido,
la contemplamos
y olvidamos nuestro propósito.
Mientras la ciudad duerme,
se escucha en la ciega noche
la celebración de alguna boda triste,
el estruendo de una noche caída.

La iglesia con sus cortinas de terciopelo
anuncia la llegada,
en tocata y fuga
inundando el cielo babilónico.

Ni los óleos decorativos,
ni los ojos más vidriosos
no pueden evitar las campanadas,
no pueden evitar ese olor a entierro.



en El espacio de la muerte, 2025















domingo, agosto 24, 2025

«Titanic, de James Cameron. Mentiras Verdaderas», de Roberto Pagés





Si te preocupa alguien, te tiene que preocupar su posible muerte
JAMES CAMERON

Nada es cierto en Titanic. No lo es en el sentido ramplón que equipara el cine con la vida ordinaria. Una obviedad: Titanic es un film, es decir una obra de ficción. No tan obvio: como las grandes ficciones refleja, nítida o difusa, o mejor nítida y difusa, al mismo tiempo, la visión del mundo de su hacedor. No el mundo como es, o como creemos que es, sino el mundo como lo ve Cameron y, quizás, hacia el final, como le gustaría a Cameron. Desde este lugar, nada es cierto en Titanic, pero de seguro es Verdad. Como en todo gran film la mirada de su autor es abarcadora y despliega un abanico que recorre el gran espectáculo –gracia otorgada a los artistas norteamericanos del cine– tanto como ciertos tópicos serios, míticos y hasta mitológicos que en estas tristes pampas de los noventa muchos se han negado a ver. Veamos, pues.

La narración que no importa comienza con la busca de una joya valiosa en el fondo del mar, oculta en el Titanic hundido. Cuando en vez de la joya se encuentra el dibujo de una bella mujer desnuda se pasa del valor monetario al valor humano. No hay sólo joyas hundidas sino que hubo personas, hombres, mujeres, niños, hundidos, ahogados, muertos, desaparecidos. «Fue hace 84 años…»», dice Rose, una inopinada sobreviviente que ya tiene cien, hasta que la interrumpen. «¿Usted quiere de verdad escuchar cómo fueron las cosas?», pregunta Rose. Ante la afirmativa, repite: «Fue hace 84 años». Esta repetición obsesiva no es vana: Cameron sabe que es un narrador impecable e implacable, y haciendo repetir la frase nos dice que cada palabra (si fuese escritor), o cada imagen de su film, es esencial en el continuum precioso de su narración. Una imagen aislada tras otra imagen aislada pueden ser bonitas –¡tanto cine de qualité!– pero son las imágenes enhebradas a otras en conjunción perfecta de tiempo y espacio las que alcanzan la belleza del –y en el– cine. Eso es Titanic. Entre otras cosas. 

En ese momento en que Rose comienza su narración, como al pasar, el primer milagro del film. Esos hombres jóvenes y febriles, ansiosos por encontrar tesoros económicos, capaces de reproducir en computadora y en todos sus detalles cómo se hundió el Titanic, terminarán sentados alrededor de la vieja Rose y su vieja historia, absortos y maravillados. Es otro pasaje: del mundo moderno y tecnológico, que todo lo explica sobre el naufragio pero, en realidad, nada entiende de lo humano, el grupo de jóvenes ha pasado a ejercitarse en la actividad más antigua del mundo: sentarse alrededor del fuego y sus misterios (acá, el fuego del amor y también su contracara), como, asimismo, formar parte del ancestral círculo iniciático para escuchar a los viejos, poseedores de una sabiduría hoy negada. Esto es desplazarse contra la cultura dominante, que impone un presunto saber excluyente a los jóvenes mientras abandona a sus viejos como material de descarte. 

Cameron hace lo mismo con nosotros, los espectadores. Nos coloca en situación mítica. En la oscuridad del cine, convocados para ver los últimos adelantos técnicos de imagen y sonido, en pantalla grande y música atronadora, con doscientos palos verdes volcados en esa mega-empresa de reproducción del naufragio más famoso de la historia, estamos, sin embargo, atrapados por el destino de esas personas narradas por Rose. Es la narración de la centenaria mujer –la narración de Cameron, en definitiva– la que da vida, espíritu y cercanía a esas personas que hasta hace un rato, antes de entrar al cine, desconocíamos.

Ahora gozamos –sufrimiento y diversión– con ellos. A favor de nuestra propia incredulidad suspendida. ¿Por qué nos angustia la pérdida de la llave que puede salvarlos de la inundación? ¿Por qué alentamos a Rose para que encuentre algo eficaz con que salvar a Jack? ¿Acaso no es Rose la que está contando la historia, 84 años después, y por lo tanto no puede morir en el naufragio? Es que nos olvidamos de eso, inmersos en la eficacia narrativa de Cameron, y porque ya no estamos en el cine, y mucho menos en la vida de todos los días. Estamos en el Titanic, luchando por salvarnos o perdernos con Jack y con Rose. Porque Cameron ha logrado que sean prójimo, es decir próximos a nosotros, y hacia allí apunta el film en el tema del amor. Y hacia allí vamos nosotros, ahora.



¿AMOR PASIÓN O AMOR CRISTIANO?  

Confieso que al ver a Jack en la proa del barco, y la inmensidad marina, inmemorial, por delante, pensé en Orfeo. La imagen remite al mito y ya había sido usada por Philip Noyce en Terror a bordo aprovechando cierta explicitud que le ofrecía Mar calmo, la novela de Charles Williams que le daba origen (De paso: el «malo» de Titanic, Billy Zane, era en aquel film un Orfeo moderno sin Eurídice posible). La confirmación vendría, en el devenir de Titanic, por ser Jack artista –como Orfeo–, aunque en disciplinas distintas, y porque sobre el final, cuando el buque se hunde, un músico –Orfeo tocaba la lira– dice: «Toquemos Orpheus». Y lo tocan. Y en ese instante, justo en ese instante, aparece Jack llevando de la mano a Rose, detrás de él como ordena el mito.

Como todos sabemos, Orfeo baja al Hades –el infierno– a buscar a Eurídice para rescatarla. Le es otorgada la posibilidad de salvarla pero no debe mirar atrás (situación mitológica y también bíblica: la mujer de Lot). Cuando están a punto de salir, inquieto, Orfeo vuelve su mirada para ver si Eurídice lo sigue. La pierde para siempre. Esta versión del mito en el cine es Vértigo, la obra maestra de Hitchcock, en la lectura de Cabrera Infante. ¿Sucede lo mismo con la historia de amor en Titanic? Como dije, al comienzo sospeché que sí. Después, durante las horas siguientes, pensando, y más tarde con la segunda visión, me dije que no. O sí y no, para ser más preciso, aunque quizá también más confuso. Y, además, con una inversión del mito. Los invito a seguir. 

Jack es Orfeo sin mirar atrás. La rescata a Rose –la Eurídice de esta historia– del infierno de la riqueza y la banalidad. La salva de los ritos sociales vacíos e hipócritas, repetidos como una letanía del demonio. Pero Jack es un impulso hacia adelante. Siempre. Para salvarla de la vacuidad donde Rose vive y también del helado Atlántico Norte. De un presunto suicidio y también de la caída al agua. 

El tema de la caída es la acción fundadora en el amor entre Rose y Jack. Ella está por tirarse al agua, de lo cual Jack descree. Pero luego, cuando Rose está a punto de caer de verdad –como en tanto cine de Hitchcock– la mano de él tomando la mano de ella inicia una serie de imágenes reiteradas y significativas que culminan hacia el final: ahora es él quien está abajo, en el agua, y ha logrado subir a Rose a una madera suelta del barco: su tabla de salvación. La mano aún sin vida física de Jack la sigue sosteniendo más allá de la muerte. Esta continuidad de imagen tiene su corolario maravilloso en una expresión verbal de Rose ya vieja, sólo comprensible si se entiende que Cameron no sólo ha hecho un film de acción física sino que ha puesto en acción complejos temas humanos y hasta religiosos: «Jack logró mi salvación en todos los sentidos posibles», dice Rose, anciana y agradecida.

Hay otros ascensos y caídas en Titanic. Nombraré sólo algunos: cuando Jack «sube» a primera clase se encuentra, como dije, con la chatura del poder económico petulante y falaz. Cuando Rose «baja» a tercera, durante el baile popular que remite a tanto baile de John Ford, literalmente levita. Cameron hace el plano para que notemos, sintamos, el ascenso, pero como no es el «poético» y patético Subiela rápidamente muestra los pies en punta de la muchacha. Además, en la proa baja (territorio de la tercera clase, ambos «vuelan», y Rose lo dice explícitamente). Otra: las escaleras del Titanic son usadas magistralmente por el director. Se asciende con Rose para encontrar el amor –Jack– frente al reloj; se desciende para huir del odio del prometido de la mujer. Rose baja para encontrarse con Jack disfrazado con un esmoquin prestado, pero sube en el sueño final para reencontrarse con Jack y sus veraces ropas de paisano. Igual con los ascensores: sirven para subir al territorio vacuo, y se baja en ellos para rescatar a Jack encadenado (acá, Rose es Orfeo rescatando a su amado en peligro). Y una última inversión: se baja a las entrañas del barco –fuego y calor y sudor de la sala de máquinas– para subir al fuego y calor y sudor en la unión física del amor. En el clímax amoroso, Rose levanta su mano hasta dejar su huella en el cristal del coche.

Si Jack es un impulso sin mirar atrás, porque al revés de Orfeo confía en el amor de Rose, ésta es una típica heroína de Cameron claramente identificada con la Sarah Connor del primer Terminator. Pasa –otro pasaje– de la banalidad a la lucha. Del conformismo al compromiso. Esa es su metamorfosis. Cambio gradual al comienzo y categórico más tarde, con una única y ejemplar duda puesta por Cameron para acentuar la vanidad y el egoísmo cultural de donde procede: cuando piensa que Jack ha robado el «corazón del mar», la joya de incalculable valor que todavía husmean los modernos caza–tesoros al comienzo del film. Última sombra de una duda que pone a Jack al borde de la muerte, hasta que es salvado por ella misma: arrepentimiento y redención. Salvo en ese momento, todo en Rose es como Jack le ha enseñado con su proceder. Un intento permanente por salvar al otro. Un olvidarse del pellejo propio para ocuparse de la humanidad ajena, que por esa misma ocupación deja de ser ajena para ser próxima. Es decir, prójimo. La vida del otro sentida como la propia vida. 

Esta puesta en escena del «ama a tu prójimo como a ti mismo» ha sido interpretada por los detractores de la historia de amor, con Rodrigo Fresán a la cabeza, como un fracaso. Dice don Rodrigo: «Lo que sí es grave es que Titanic no sea una gran historia de amor. Porque pretende y cree serlo. Y porque la propuesta de implantar un romance arquetípico –chica rica con tristeza conoce a chico pobre con mundo– es uno de los ‘paisajes’ más interesantes para que la pasión estalle con fuerza…» (el subrayado es mío).

Fresán y tantos otros confunden –o pretenden– el amor pasión o cortés con la clara intención de Cameron de mostrar un tipo de amor cristiano, para usar palabras de El amor y Occidente, clásico de De Rougemont. Y en la confusión, o en la pretensión, olvidan que en toda pasión de amor (siempre más divertida, claro que sí) germina la simiente de la destrucción o de la autodestrucción, al tiempo que eluden la carrera previa del director, siempre puesta, como se dijo, en el tema de la salvación.



ORFEO ES MUJER

La inversión del mito de Orfeo apuntada al comienzo se da en varias direcciones: si Jack es Orfeo para rescatarla del infierno donde vive Rose, no lo es en el sentido ya señalado de mirar atrás. Su confianza en ella es absoluta y no la perderá. A la inversa, Rose es Orfeo mirando hacia atrás para contar la historia, pero, en otra inversión, en vez de perderlo lo recuperará. Para sí y para los demás. Jack no tiene registro en la historia del Titanic. Ni como pasajero ni como sobreviviente, y tampoco como desaparecido en el mar. Es la memoria y el amor de Rose, 84 años más tarde, quien le da identidad. No hay papeles ni fotos de Jack. El espectador lo ha visto hundirse en el Atlántico, perdiéndose en el frío del olvido. Son las palabras –la narración– de Rose, puestas en imágenes por otro gran narrador –Cameron– las que dan vida a Jack. Como dice Rose, última sobreviviente del Titanic, Jack sólo está en su memoria, y con la muerte de ella se perderá para siempre. 

¿Para siempre? Cameron ha obrado como demiurgo reparador: ¿en cuántos millones de espectadores de todo el mundo vivirá no sólo Jack sino también Rose? El cine, ese arte de fantasmas siempre presentes, los ha hecho inmortales.



S.O.S. sE HUNDE EL MUNDO  

El Titanic de Cameron es el mundo en el fin del milenio. Ricos, pobres y miserables (admirable secuencia que ilustra la ley del gallinero, movimiento de cámara desde arriba hacia abajo, desde la aristocracia hacia los emigrantes que huyen de la miseria, y desde allí hacia los laburantes, estos viviendo con las ratas: de hecho, son los primeros a los que les cierran las compuertas, para que mueran ahogados como ratas). Valientes y cobardes. Egoístas y generosos. Dignos e innobles. Vanidosos y humildes. Mala y buena gente. 

Si se conviene en que el mundo, hoy, se hunde en la estrecha calle de mano única regida por el capitalismo salvaje y la falta de solidaridad, en el Apocalipsis casi habitual del cine de Cameron, el tiempo de destrucción y de Revelación encuentra su síntesis en la elección del director de filmar Titanic. No como ilustración de un hecho histórico sino como reflexión –y hasta utopía– del presente. El Titanic se hundió en 1912 pero el Titanic –el mundo– de Cameron se hunde en la pantalla a dos años del 2000 como visión en celuloide de su autor. Con clara y manifiesta adhesión por los pobres, por la gente simple, por los artistas, por los solidarios; en sus miserias y en su diversión, habría que agregar.

Por eso sorprende que Guillermo Saccomanno, que esta vez metió la mano en saco ajeno (le he leído una nota brillante sobre Nada es para siempre, de Redford), haya escrito que el film «es también, para la clase media políticamente correcta, el manifiesto consolador new age por excelencia que la justifica en cada una de sus coartadas». Y agrega: «Es una historia sacarinizada, donde los ricos y los pobres encuentran, como pueden, la redención de sus miserias ante la muerte. Se nos ofrece así una visión conformista de la historia: tarde o temprano, la muerte borra las diferencias, nos iguala. Hay que saber esperar». 

No veo redención en el novio de Rose, un ricachón que hace todo lo inmoralmente posible para sobrevivir y termina pegándose un tiro durante el crack económico del ‘29; no veo redención en su mucamo, ex policía, que no en vano muere cayendo en el fuego ¿del infierno?; no veo consolación new age en la injusta muerte de Fabrizzio, el amigo italiano de Jack; no veo redención ni simpatía por el dueño del barco (que ha despreciado la seguridad, ha impulsado la velocidad del buque para anotar en la Historia otro record del Titanic, y huye del naufragio cobardemente), como sí hay redención y simpatía por el constructor; no siento consolador que de veinte botes uno sólo se haya acercado a recuperar posibles sobrevivientes; no veo redención en la madre de Rose, una arquetípica aristócrata venida a menos sólo preocupada por su status, aun a costa de la futura prostitución matrimonial de su hija, y también incapaz de socorrerla; y no siento, ni veo, finalmente, que Titanic sea un film conformista sino todo lo contrario, donde un gran artista contrabandea su visión opuesta al statu quo en un paquete maravilloso de entretenimiento y sabiduría. De doscientos millones, se dirá. Sí, es verdad, pero en todo caso contradicción del artista inmerso en la industria norteamericana del espectáculo. De larga tradición, por otra parte. 

Sí veo, en cambio, todo lo que dije arriba y más: la honorabilidad del marino que se pega un tiro cuando toma conciencia de que ha matado a un semejante por miedo; la aristocracia del espíritu que gana a un millonario frente al naufragio, y prefiere morir con una copa de brandy en la mano; la ternura infinita de dos viejos en la cama y la misericordia y temple de una madre haciendo entrar en el sueño eterno a sus hijos contándoles un cuento; la dignidad del constructor, que ama en silencio a Rose hasta que él mismo muere frente al reloj, y también la del capitán en su puente de mando, aun después de haber defeccionado consigo mismo haciendo lo que sabía que no debía para complacer al dueño del barco. Y también la inmisericorde o criminal cobardía de los que se niegan a acercar sus barcas para salvar vidas, y al lado la desesperación del marino único que vuelve en busca de supervivientes. Y el hombre anónimo que, en medio del pandemonio, ofrece la mano a Rose para ayudarla, y, del revés, la prepotencia asesina de quienes pretenden enjaular a los desesperados de las clases inferiores. 

Y veo la utopía de Cameron: el sueño final de Rose, antes de entrar en la muerte. Su encuentro con el amor de su vida, en el Titanic que se pretendió glorioso y, a su manera, finalmente lo es de la mano de Cameron. Ese encuentro aparentemente repetido dentro de la narración del film y sin embargo distinto: en el sueño de Rose, en el sueño de Cameron, Jack no necesita estar disfrazado con esmoquin –como fue instigado al promediar la historia para poder compartir la mesa de los poderosos– sino que viste las ropas sencillas, limpias y honestas de los trabajadores, artesanos o artistas (que en otras épocas supieron ser lo mismo). Lo que es Cameron, claro está, un artista/artesano y creador que une la inspiración con el sudor de tres años de trabajo para terminar su obra tal y como la concibió. Y la criatura, Titanic, si se quiere –y concedo– nació inocente: ricos y pobres juntos, pero no la mala gente, excluida en el plano final por el director. Ricos y pobres, en el mismo espacio, aplaudiendo ese casamiento definitivo entre Rose y Jack, dos héroes a contramano de nuestro tiempo. ¿Utópico? ¿Ingenuo? ¿Por qué no? Pero no se diga que Cameron no tiene conciencia de la fragilidad de su sueño. 



23 de agosto, 2025









Contribución indirecta a DscnTxt de Jotaele Andrade